domingo, 29 de agosto de 2010

Que no termine este instante.

Desperté frente a tus ojos, ese estanque de mil miradas, frente a esos espejos en el que ni el amanecer tiene el privilegio ni el placer de reflejarse… ahí estaba mi cuerpo. Con los primeros suspiros, mi corazón latía como en una primera cita y mi piel erizada como en un primer beso. El frío en los pies me era indiferente y solo importaba el hecho de volver a dormirme, de volver a abrir la primera página, y rodar nuevamente aquellos momentos. Al volver en si me encontré destapado y mi torpe cabeza se hundió en la rutinaria impresión de compartir un día más con mi vida. Con los primeros rayos filtrados a través de la persiana mis sentidos, atontados, se iban despabilando lentamente por tramos. La noche había sido dura. Encontrarte a lo largo de un techo despejado con los ojos en medio de la oscuridad o en el golpeteo de las cortinas que ondeaban entre las rejas fue el preludio de la rica búsqueda. Un gran dilema piso duro sobre mi estéril cacería y se alzó sobre las de noches pasadas. No hubo conciliación entre aquel domingo que no se agotaba y ese lunes que se hacia esperar. Impensable fue empeñar un sereno y agraciado deseo por saldar cuentas con el invierno. No se pudo exigir más del tiempo. Entre vueltas, acorde con mis ojos compartir lo que mis pensamientos recopilaban, y así, a pesar de seguir siendo gélido este apático mundo, mi parada seria sencillamente reconfortante.


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