El ruido del motor de la heladera, tacones por los pasillos
que ya volvían un sábado por la madrugada, algunos pajaritos madrugadores que
ya cantaban a las 4:00 a.m., mosquitos que volaban zumbando sobre un techo
blanco cubierto de sombras… el primer sorbo de ese té frio cuando cruzaba del
baño a la habitación mientras se lo escuchaba a John Lennon desde afuera pisos más abajo. Las sombras, siempre las
sombras… formas, cientos de formas sin
formas. Cosas que iban formándose en las paredes. Cosas que no sabíamos que
eran pero que allí estaban. Aunque la claridad apenas entre por debajo de la
puerta hay suficiente luz como para sentarme sobre un almohadón en el suelo y
pensar en esos cigarrillos que jamás volveré a fumar, nunca más por lo menos a
aquel ritmo.
Hace apenas unos días me preguntaban porque me hacía
preguntas estúpidas como éstas que me estoy haciendo mientras miro las puertas
traseras de mi placard. La playa, las tarjetas, los dibujos, las fotos… todo en
el transparente, todo, absolutamente todo cubierto de pinches. El tiempo jamás pasó
y no esta tan mal como lo pintan. Se trata solamente de decir las palabras mágicas
y empezar de nuevo. Un paso tras otro siempre en busca de la botella que esté más
fría.
Abandone muchas costumbres. Bah… las sustituí. Las tonterías
jamás se abandonan. Al menos sigo recordando pero con un toque de picardía como
cuando vuelvo a contar aquella vieja historia del arreglo de mi primer motor. El
primer gran orgullo después de haberme vestido solo. Y aunque sea todo distinto
en cierta forma se te extraña, casi tanto “demasiado” por no poder hacer las
comidas tan pesadas como te salían a vos, por no tenerte sentada del otro lado
de la mesa escuchándome hablar de historia sin entender nada, pero sentada, allí,
del otro lado después de todo. Se te extraña porque nadie como vos para robarme
todas las tarjetas y las monedas de cinco centavos que caían en mi cajón. Nunca
vi a nadie que le haya brillado tanto como a vos los ojos como cuando proponía comprar
una Coca Cola o Palitos de la Selva. Todas las botellas que me regalabas al final
se iban con vos dentro de tu cartera cada vez que te ibas.
Todo ha cambiado pero sigo pensando en bajar por una Bock a
las 3 de la mañana. Aunque nunca me llevé bien con las mascotas te juro que me
costó un montón desprenderme de aquel perrito que encontramos en San Luis y 9
de Julio, pero ¿Qué podía hacer? Están prohibidas las mascotas. ¿Ves? Es como
que todo tuvo una razón de ser. Mi próxima adquisición tal vez sea la pecera
con esos “pececitos de colores” de
los que tanto hablabas que querías darles de comer. Es así, y no hay vuelta atrás:
me salen sonrisas y lo más triste es que sé porque es. Es más: necesito uno de
esos días nublados en los que yo pintaba y vos bordabas. Uno de esos días en
que dejábamos 30 minutos hirviendo la pava sin ganas de ir a preparar un black.
Aunque suene irónico quiero volver a tener aquellos días pero esta vez quiero que haya gelatina de cereza, que no suene tu teléfono
en toda la tarde y volver a subir las escalinatas de la Iglesia de Nuestra
Señora de La Merced de la mano los domingos por la noche.
P.D.: volví a coleccionar tarjetas :) o/
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